
Cascadas y un paisaje de ensueño: esta es la mejor ruta de España para hacer en moto
Se trata de un recorrido que combina naturaleza, historia y rincones que parecen sacados de otro mundo
El paraíso existe y no hace falta ir a Cancún. Para los amantes de la montaña y las motos, pocas rutas en nuestro país superan la magia de los Pirineos. Naturaleza salvaje, carreteras con curvas infinitas y pueblos con historia se funden en un viaje único.
Existe una ruta con un recorrido de más de 800 kilómetros que invita a dejarse llevar por el paisaje. En esa carretera, se puede sentir la libertad y se pueden descubrir rincones que parecen detenidos en el tiempo.

Una ruta de varios días que presenta unos paisajes espectaculares
El punto de partida es Barcelona, ideal para comenzar en plena tarde de verano. Con las maletas cargadas y algo de calor, la autopista permite avanzar con rapidez hacia el norte, según señalan desde Mundo Deportivo.
La primera parada llega en Benabarre, tras recorrer 225 kilómetros. Desde allí, el viaje continúa por carreteras secundarias llenas de encanto. El destino del segundo día es Aínsa, un pueblo medieval que está entre los más bellos de España.
Antes de llegar, el trayecto regala paisajes espectaculares: congostos, ríos de aguas turquesas y puentes románicos acompañan al viajero. Incluso la fauna se deja ver, con buitres sobrevolando la carretera.
Desde Aínsa, la ruta se adentra en el corazón del Pirineo. El congosto del Ventamillo impresiona con sus paredes verticales y el río Ésera rugiendo bajo el asfalto.
La jornada culmina en Benasque, tras un desvío hacia las Gorgas de Alba. Allí espera una ruta circular a pie de apenas media hora, cuyo premio son unas cascadas espectaculares que resumen la esencia de este viaje.

El tercer día arranca con más naturaleza. Desde Benasque se asciende hasta los Llanos del Hospital para caminar hacia La Besurta. La idea es llegar al Forau de Aiguallut, pero una tormenta obliga a retroceder a tiempo.
Si llegara la lluvia y se necesitara una pausa, cabe destacar que esta se convierte en la excusa perfecta para explorar Benasque. Su casco antiguo conserva la esencia del valle y merece una visita tranquila.
La última etapa atraviesa de nuevo el congosto del Ventamillo. El camino lleva hasta Graus, donde la basílica de Santa María de la Peña sorprende a los viajeros. La plaza mayor y su famosa longaniza completan una parada obligatoria.

Con el calor de Lleida como telón de fondo, la ruta concluye en Vilaplana. En total, 805 kilómetros de paisajes, historia y naturaleza que confirman que el paraíso sobre dos ruedas está en el Pirineo aragonés.
Cada kilómetro recorrido deja la certeza de que este viaje no es solo un desplazamiento, sino una colección de momentos que se quedan grabados. El murmullo de los ríos, el aroma de la montaña y la luz dorada sobre los pueblos al atardecer son inolvidables. Más allá del destino, lo que perdura es la huella invisible de haber formado parte, aunque sea por unos días, de la vida y el latido del Pirineo.
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